Las fiestas y celebraciones son épocas controvertidas. Por un lado, la sociedad occidental en la que vivimos nos bombardea con mensajes de consumo estereotipados; por otro lado, nuestra vida o situación presente puede estar totalmente desincronizada con este modelo único y homogeneizador. Núria Mateu nos comparte su experiencia con la Navidad.
Con las fiestas navideñas aún inundando todo el panorama, quiero hablar de qué pasa cuando en una sociedad hay una forma de vivir las cosas que ocupa mucho espacio, que es validada socialmente y a la que se espera que encajemos, y nosotras sentimos que no tenemos cabida. Estos días, mientras hago acompañamiento individual, tomo una cerveza con las amigas, charlo con las compañeras de estudios, me doy más cuenta de que estas fechas a muchas nos remueven.
A pesar de que la publicidad —ya sea de carácter institucional "Vive tu Navidad" o comercial "Estamos más cerca de lo que pensamos"— gira en torno a sentimientos y emociones positivas asociadas a las fiestas navideñas, las experiencias personales son mucho más diversas de lo que muestran los anuncios.
Por eso, quería aprovechar este espacio para dar voz a aquellas experiencias que no son tan visibles o bienvenidas en estos momentos en los que se espera que todo el mundo esté contento, tenga una familia y que esta, además, se reúna alrededor de una mesa. Incluso, cuando aparentemente se cumplen estas condiciones, a veces quedan enterrados ciertos sentimientos que no coinciden con ese supuesto sentimiento mayoritario de alegría. Y hablo de la Navidad porque es la fiesta por excelencia en la educación católica que he recibido y que ha formado en mi familia de origen la manera de estar en el mundo durante esta época.
En estas fechas las luces llenan las calles, los escaparates ofrecen infinitas posibilidades de regalos, las tiendas de comestibles se llenan de turrones y yo pienso en aquellas personas para quienes el entorno familiar ha sido la fuente principal de trauma. Volver a esa fuente, aunque sea un día o dos al año, es doloroso y puede despertar experiencias dolorosas del pasado o provocarnos una sensación de desconexión de nuestras emociones.
Otra sensación que puede generar este momento del año es la sensación de aislamiento. Quizás no tienes familia o estás atravesando un duelo. Quizás tu círculo cercano está lejos o la historia familiar ha hecho que no mantengas vínculo. Quizás la Navidad no es una festividad propia de tu cultura. O puede haber otros casos que seguramente me estoy dejando. Momentos así pueden hacer que sientas que no encajas en esta sociedad y te sientas más sola o solo.
Por eso, en situaciones de este tipo creo que es importante recordar aquellas cosas que pueden ayudarnos: estar en contacto con aquello que nos hace sentir bien, buscar espacios en los que podamos salir del foco y tener tiempo para estar conmigo misma, así como poder compartir con alguna persona de confianza cómo estoy viviendo esta época. De alguna manera, para mí la esencia útil de la Navidad es el deseo de unión y de celebración conjunta, de dar la bienvenida al invierno, y me ayuda pensar en cómo puedo darme esos espacios de otra manera, más allá de lo que marca la tendencia mayoritaria.
Finalmente, me gustaría compartiros estos artículos que para mí han sido muy inspiradores. El primero, “Estar sola en Navidad.“, de la Brigitte Vasallo a la revista MenteSana. El segundo, “Cómo cuidarse ante los recuerdos traumáticos en Navidad“, escrito por la terapeuta Laurie Kahn.